sábado 27 de abril de 2024 - Edición Nº1970

Cultura | 1 feb 2021

Historia

El arqueólogo Salvador Debenedetti, figura identitaria de Avellaneda

El historiador Oscar Andrés De Masi, hace un repaso acerca de la vida del arqueólogo y antropólogo oriundo de Avellaneda, iniciador junto a su mentor Juan Bautista Ambrosetti de la arqueología en la Argentina


Por: Oscar Andrés De Masi

Enumerar las contribuciones de Salvador Debenedetti a la etnografía y la arqueología en la Argentina excedería, y en mucho, los límites de este artículo. Baste decir que, con motivo de su muerte, en 1930 (a los 46 años de edad) el gran americanista francés Paul Rivet dijo categóricamente: 

En lui, l´Argentine perd son meilleur archéologue (“con él, la Argentina pierde a su mejor arqueólogo”).

A noventa y un años de su desaparición ¿qué recordamos de este sabio argentino? Intentemos recuperar a continuación algunos aspectos de su vida y de su aporte a la ciencia.

Los primeros años en la Avellaneda natal

Lo primero que cabe recordar es que nació en Avellaneda (cuando el nombre comunal era Barracas al Sur) en el seno de una familia arraigada al lugar. En efecto, vino al mundo de ese lado del Riachuelo un 2 de marzo de 1884. Era hijo del próspero industrial Bernardo Debenedetti y de doña Lucía Amoretti, ambos portadores de linajes italianos. Fue el segundo hijo (y primer varón) del matrimonio, al cual siguieron ocho hermanos (tres varones y cinco mujeres).

Su infancia transcurrió en una amplia casona, de las tantas que, con rasgos academicistas   italianizantes, se levantaban en aquella ciudad que se perfilaba como pujante, en lo comercial y en lo fabril; y concurrió a la Escuela Nº 1 del distrito, donde aprendió los primeros saberes: la lectura y la escritura, las matemáticas y la geometría, la geografía y la historia.

Su madre falleció cuando él tenía doce años; y la hermana mayor, Camila, se hizo cargo de la casa y de sus hermanitos menores. Salvador le dedicó, años más tarde, unos versos agradecidos. Porque era, además, un fino poeta.

Universitario y periodista

Terminado el ciclo secundario, “presionado” por el padre, ingresó en la carrera de Derecho, que abandonó luego de dos años, para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras, con una fuerte inclinación literaria. 

Hubo un episodio crucial en su vida universitaria: cuando conoció al sabio profesor Juan B. Ambrosetti, quedó fascinado para siempre por el misterio de las civilizaciones desaparecidas. Su vocación de arqueólogo y antropólogo quedaba, así, marcada por la figura de su maestro, cuyo lugar en el elenco científico argentino él iría a ocupar años más tarde, como digno sucesor.

Paralelamente a sus estudios desarrollaba actividades literarias y periodísticas en su tierra natal. En 1902 fue designado redactor de “Tribuna”, donde abordó temas de actualidad social y de historia. También escribió en “El Orden”, “La Libertad” y “La Verdad” todos medios locales.

Su idealismo juvenil lo llevó a incursionar en la política, con un intenso nervio opositor: de ahí su afiliación a la Unión Cívica Radical y su militancia, entre 1904 y 1913. Pero de la política sólo obtuvo desilusiones. Su destino era la ciencia.

En 1910 se casó con Mercedes Serra, tras un noviazgo romántico que documentó en cartas y en poemas. Pero en 1917 quedó viudo en tierras catamarqueñas, adonde había llevado a Mecedes, ya enferma, creyendo que el clima iba a salvarla.

Siete años más tarde volvió a casarse, esta vez con Hortensia Ceballos.

Investigador científico y docente. La mudanza de un museo.

Su carrera como investigador y docente fue ascendente y brillante. Acompañó a Ambrosetti en las expediciones arqueológicas en La Paya (Salta) en 1906 y 1907.

En 1917, tras la muerte del maestro, ocupó la dirección del Museo Etnográfico. No era tarea sencilla suplantar al fundador del museo. Pero como señaló su discípulo Eduardo Casanova, supo estar a la altura de su maestro y continuó su obra…

Debe recalcarse este sentido de “continuidad” que jalonaba la ciencia argentina en aquellos tiempos: el saber adquirido tenía el valor de un legado, aumentado de generación en generación, pero siempre deudor de gratitud respecto de los antecesores.

Se ha dicho que el mayor logro de Debenedetti, en aquel cargo directivo, fue lograr el traslado de las colecciones, desde los sótanos donde se hallaban, en Filosofía y Letras, al edificio que  antes había sido Facultad de Derecho, en la calle Moreno, y que ahora pasaba a ser la sede del Museo Etnográfico.

La tarea fue doblemente compleja porque dada la fragilidad de las piezas (mayormente alfarería), ninguna empresa de mudanzas quería aceptar el encargo, al menos a precios normales. Debenedetti lo solucionó con la ejecutividad que, quizá, había observado en su propio padre empresario: compró un camión y reclutó a los empleados del museo y a los alumnos, bajo su supervisión, para concretar el traslado. Fue la primera vez que esa valiosa colección pudo ser apreciada por el público.

En cuanto a su desempeño docente, fue profesor secundario en el Colegio Internacional de Olivos y en el Nacional Mariano Moreno. Y fue profesor de Arqueología Americana en las Universidades Nacionales de Buenos Aires y de La Plata.

Sus clases despertaban permanente interés en el alumnado, lo mismo que sus conferencias. Porque los testigos han señalado que, aquel arqueólogo que en las excavaciones se presentaba desaliñado, polvoriento y envuelto en un poncho, era un gran contador de historias en los salones cultos. No olvidemos su vena poética, que fue intensa, y profusa en composiciones románticas

Y toda aquella erudita galanura no iba reñida con una enorme generosidad como maestro. Recuerda su discípulo ya citado, Casanova, que en la primera expedición arqueológica a la cual lo acompañó, como el resultado de la campaña había sido magro en hallazgos, Debenedetti le asignó sin embargo el mejor yacimiento, para que pudiera completar exitosamente su tesis de doctorado.

El arqueólogo científico

Debenedetti fue, principalmente, un arqueólogo. Y es en este campo de la ciencia donde su figura se destacó con unos rasgos tan marcados, tan propios, que le dieron merecida fama en el país y en el extranjero. Porque, como dijo su amigo el poeta Fernán Felix de Amador, Debenedetti se lanzó a la conquista del pasado, en lucha con la muerte y el olvido, logrando “materializar con sus manos el espectro de un mundo desvanecido”…

Su carrera, pese a su fulgor, fue breve, porque su vida fue corta. Produjo innumerables trabajos entre 1908 y 1930.

Estudió y exploró, primeramente, la región montañosa del Noroeste Argentino (llamada Calchaquí y después Diaguita, según las tribus halladas en la época de la conquista) Su primera publicación versó sobre el yacimiento de Kipón (Salta). Luego estudió el extremo Sur del Noroeste, poco explorado entonces, publicando en 1917 un trabajo sobre los Valles Pre-Andinos de San Juan. Fue él quien acuñó el concepto de “el Barreal” y la maravillosa cultura de Angualasto (muchas décadas más tarde, tuve el honor de visitar el antiguo asiento de Angualasto y preparar su declaratoria como patrimonio nacional en el marco normativo de la ley 12665). Halló momias e innumerables petroglifos, y sostuvo la datación pre-incaica de una cultura anterior, diferenciada de la cultura calchaquí.

Entre 1925 y 1929 realizó viajes a Catamarca. Su muerte interrumpió sus conclusiones respecto de la “civilización de los Barreales”, aunque en la edición póstuma de la primera parte de su obra, en 1931 (que no alcanzó a ver), se consignaron numerosas observaciones respecto de cinco mil piezas encontradas en aquella zona.

También actuó en  el extremo Norte del país, en sus tres regiones diferentes: la Puna, la Quebrada de Humahuaca y los Valles Orientales. En aquellos años comenzaron las excavaciones del Museo Etnográfico en la Quebrada de Humahuaca y ello despertó un gran interés en la capital jujeña. Allí, en la Biblioteca Popular, fue invitado a disertar y trazó por primera vez un panorama completo de los indígenas de Jujuy. Entre otras afirmaciones, rechazaba la tesis del completo dominio incaico sobre todas las tribus de nuestro país.

En 1910 publicó su trabajo acerca del yacimiento de La Isla y continuó explorando la región, especialmente los “pucarás” o poblados fortificados. Aparece en su agenda, por fin, el Pucará de Tilcara, el yacimiento más importante de la Quebrada de Humahuaca.
 

En el Pucará de Tilcara

En 1908, 1909 y 1910 había trabajado en el lugar bajo la dirección de Ambrosetti; luego, regresó para completar sus anotaciones y en 1929 realizó nuevas comprobaciones que decidió publicar el mismo año de su muerte: no llegó a ver el libro impreso porque apareció en el mes de agosto, mientras Debenedetti se hallaba en Europa, a cuyo regreso, en setiembre, falleció a bordo del buque.

El libro se abre con una detallada y precisa descripción del Pucará y la geografía magnífica de su entorno. Luego, pasa a inventariar con ajustado léxico técnico los caminos, las viviendas y los sepulcros. El yacimiento era una fuente casi inagotable de hallazgos, algo así como una versión argentina del Valle de los Reyes de Egipto, si vale la analogía.

Como anotó Casanova, el capitulo final lleva como título “la restauración del Pucará”: tal era su anhelo que ya había comenzado a anticipar en 1910, cuando hizo levantar algunas pircas a modo de anastilosis. Su plan era ambicioso porque en el verano entre 1930-1931 se proponía concretar una operación de restauración completa. No llegó a tiempo. Queda, en cambio, ese texto sobre el Pucará que es de lectura indispensable para los que frecuentan el tema.

Otros temas arqueológicos argentinos

En paralelo a sus trabajos sobre el Pucará, se ocupó de los yacimientos de la Puna, abundantes en enterratorios dentro de cavernas, aunque habitualmente saqueados por los buscadores de tesoros. Gracias al trabajo que publicó Debenedetti pueden reconstruirse las costumbres y el modo de vida de aquellos primitivos habitantes puneños.

Otros temas llegaron a ocupar su atención científica, entre ellos, excavaciones en Baradero (provincia de Buenos Aires) donde encontró rastros de asentamientos indígenas contemporáneos a la conquista española; y estudios relativos a Tiahuanaco, cuyas ruinas monumentales había visitado en 1910.

Uno de sus últimos trabajos publicado en 1928 marca un punto decisivo en los debates etnográficos: hablando de la relación entre las culturas aborígenes del N-O y el Norte extremo de la Argentina, entre si y con otras culturas americanas, Debenedetti sostuvo con acierto que no existió una cultura única regional, sino una serie de “focos culturales”, que llegaron a vincularse e influenciarse mutuamente según las épocas. Los modos de enterramiento indicarían, según él, esas relaciones e influjos. Así, por ejemplo, los entierros de adultos en urnas serían de origen guaraní; la inhumación en nichos o “chulpas”, vendrían del sur de Bolivia; el uso de cabezas-trofeo, de Nazca etc.

En síntesis: su compromiso con una arqueología americanista es uno de los timbres que enaltecen su figura. Porque a pesar del arrasamiento de las culturas prehispánicas de nuestro territorio, nunca aceptó esa falsa premisa de que, antes de la conquista, el país estuviera vacío de civilización. Fue, en este sentido, un resignificador de la diversidad cultural de las regiones argentinas.

La cumbre póstuma de un hijo de Barracas al Sur

Aquel viajero infatigable que fue Debenedetti comenzó la travesía de su vida en la ciudad que hoy llamamos Avellaneda, donde su familia residía con fuerte arraigo. El paisaje local (sus siluetas, sus colores, los olores de los saladeros y las curtiembres, las viejas casonas de largos zaguanes) y sus habitantes de finales del siglo XIX y comienzos del XX, forjaron su primer imaginario infantil, adolescente y juvenil. 

Hoy, una calle y un colegio de Avellaneda llevan su nombre, con justicia, porque fue un hijo preclaro de Barracas al Sur y un testigo y protagonista de una parte de su historia. Y para aquellos vecinos y vecinas que todavía no han prestado atención al personaje, al concluir esta evocación (de suyo apretada e incompleta, y que mucho debe a los apuntes de Eduardo Casanova y de Julián Cáceres Freyre), les ofrecemos el texto de la placa conmemorativa que se colocó en la cima del Pucará de Tilcara en 1935, hermanando las figuras de Ambrosetti y Debenedetti (maestro y discípulo, pero magistrales ambos), que dice así:

DE ENTRE LAS CENIZAS MILENARIAS/
DE UN PUEBLO MUERTO/
EXHUMARON LAS CULTURAS/
DE NUESTROS ABORÍGENES/
DANDO ECO AL SILENCIO…

Por fin, el nombre de Salvador Debenedetti, aquel hijo ilustre de Barracas al Sur, alcanzó su cumbre para siempre.

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