Avellaneda | 13 sep 2024
Sociedad
De este lado del Riachuelo
Para entender a Avellaneda, la vieja Barracas al Sud, hay que remontarse a fines del siglo XIX con sus frigoríficos y saladeros, esa ciudad que a la par de la primera guerra mundial y el consiguiente desabastecimiento de manufacturas, muto en la referencia de la producción industrial argentina.
Por: Alejandro Arnedo
Un riachuelo la separa solamente de Buenos Aires, la capital del país, pero son varios más que esos 100 metros de agua lo que separan a estas dos ciudades. Corre el año 1930, la economía mundial es azotada por una crisis financiera que había estallado en Wall Street allá por octubre de 1929: el jueves negro y la gran depresión. Un mundo de entreguerras que aún no había visto lo peor. Esa argentina agrícola y pastoril, concentrada en su ciudad capital hacia cuyo puerto confluían todas sus vías férreas para desde allí enviar sus materias primas al viejo mundo debía ahora cambiar de planes y transformarse en productora de bienes industriales, casi por accidente y obligación.
Nacía la Avellaneda industrial, la Avellaneda fabril, la de los migrantes del interior de la provincia, la de los migrantes del interior del país, la de los inmigrantes europeos que llegaban huyendo de las crisis y las guerras….y nacía también el viejo Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda del que nos vamos a ocupar puntualmente. El 12 de abril de 1930, durante la intendencia del caudillo conservador Alberto Barceló y por gestiones que el mismo Barceló iniciara, se inaugura el Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda. El crecimiento que tanto la ciudad como todo el conurbano sur habían experimentado hicieron que el traslado de mercaderías para el consumo incrementara los costos por la mayor demanda según esas extrañas lógicas del capitalismo que se aceptan como verdades pero que nunca se terminan de entender. La intención fue concentrar la producción de los productores de toda la zona en un único espacio: el predio en forma de triángulo que componen las calles España, Colon y Humberto de Saboya (hoy Monseñor D’andrea).
De esta manera, este flamante predio de una sobria arquitectura, con instalaciones de las más modernas para la época y ubicado estratégicamente en el corazón de la ciudad, sería la solución a los problemas de abastecimiento para todos los comercios de la zona lo cual redundó en una agilización de los tiempos de traslado y un abaratamiento de los precios para la población. En mayo de 2009 el Mercado, pese a la resistencia de algunos puesteros, cerró sus puertas y fué relocalizado. El 18 de junio de 2010 quedaría oficialmente inaugurada la UNDAV con la designación del rector Jorge Calzoni. Había sido creada el 11 de noviembre de 2009 por ley N°26543 sancionada por el Congreso Nacional. Iniciaría su primer periodo lectivo el 14 de marzo de 2011. Comenzaba así otra historia.
La identidad con un lugar, esas huellas indelebles
Jorge vive en San Vicente desde 1954, pero tiene un pasado Avellanedense: tenía apenas cinco años cuando llegó con sus padres desde 9 de Julio a esa ciudad que era el motor industrial, hoy a sus 82 sigue recordando sus historias de la niñez en esas calles, el conventillo, el paseo de los sábados al centro o a Avenida Galicia a cenar que era “la salida” por excelencia, las aventuras con la murga por los clubes de barrio, cantaban y bailaban para ganarse al público y unas monedas, el fútbol en la calle y las piñas “Vivíamos en Asunción y Maipú, mi viejo laburaba en la Siam y la vieja en la Bycla, yo y mi hermana nos quedábamos con la dueña de la casa a la que mis viejos le alquilaban una pieza.
Mis amigos eran los hijos de esa mujer, los Reinoso, ellos me enseñaron a pelear, así era la cosa, había que defenderse. Nos íbamos por la orilla del riachuelo y jugábamos a la pelota en cualquier potrero, en cualquier barrio y después a las piñas, no podías arrugar. Pero eran años lindos, con poco nos arreglábamos, el barrio tenía una vida intensa, el mercado era el corazón que le daba esa vida, gente todos los días del año y a toda hora. Algunos se quejaban del ruido y de la mugre pero no había lugar en el mundo que me hiciera sentir más seguro que en ese mercado y sus alrededores, jugando en la calle. No siempre había para la pelota, a veces era un lujo eso y nos arreglábamos con una fruta para jugar, había que jugar y gambetear en el adoquín con una fruta o lo que fuera.
Hoy es otra ciudad, esta hermosa, aquellos años de mi niñez a algunos podrán parecerle duros pero para mi fueron los mejores, llenos de vida, rodeado de laburantes. La vieja antes de la caída de Perón decidió que nos mudáramos al campo, lo convenció al gallego y acá vinimos, quizás previendo lo que se venía, pero esos años al ritmo del viejo mercado me marcaron para siempre, para toda la vida ¿Sabes por que soy de Racing y Peronista? Porque me crié ahí ¿Entendés? Mira si habrá sido fuerte aquello pibe.”
Avellaneda, Septiembre de 2024
Héctor vive en Avellaneda desde que tiene uso de razón, a sus 76 años sigue con su rutina de frecuentar el cuartel de bomberos en la calle Ameghino como en sus años de juventud cuando se subía al autobomba y emprendía la riesgosa aventura de enfrentarse a las llamas.
Es un tipo reconocido por sus pares y respetado por los más jóvenes, supo ser el Jefe del Cuartel IV a sus treinta años “Hice de todo en mi vida, cuando yo era joven estaba la colimba entonces si tenías menos de 20 años tenías que rebuscartelas como puedas porque nadie te daba trabajo: como tenían que guardarte el puesto durante el año que estabas enrolado en el ejército o no te tomaban o si estabas trabajando te inventaban algo para echarte. Así que aprendí a rebuscarmelas por la mía. Vendí flores en la calle, cargue camiones, laburé de cadete en el Diario el Mundo, fui colectivero, almacenero, panadero, verdulero….
Uh, sabes lo que era el viejo mercado! Había que saber manejarse eh, podías entrar a comprar a las 3 de la mañana pero te ensartabas, esto era como cualquier mercado: oferta y demanda ¿Me explico? Como el dólar, como la bolsa, todo es así. Entonces si vos entrabas a comprar a lo loco a primera hora pagabas mas caro, mucho más caro. Yo aprendí con un viejo verdulero, un verdulero de los de antes, conocía el paño el viejo y nunca se equivocaba: las 6 de la mañana era el horario para entrar y hacer negocios. Era un mundo aparte aquello, ese mercado sí que era la ciudad que nunca dormía, y tenias de todo, de todo eh. Sobre Colón estaban todos los bolichitos que no paraban de laburar, ahí iban los changarines, los que comprábamos, los dueños de los puestos, todos ¿Querías jugar a la quiniela? Tenias los pasadores que levantaban la clandestina adentro del mercado ¿Querías jugar a las cartas o a la ruleta? Había un par de esos bolichitos con cortina al fondo, atrás tenías cartas, rula y hasta maquinitas de caballos para apostar. Y las chicas que laburaban adentro del mercado, si si, también, pero nada de bulin o piringundin, las “suites” se armaban ahí adentro con los cajones. Eso si, nadie te jodía, nadie te afanaba, nadie te tocaba, la misma gente del mercado te cuidaba, esa era la mejor seguridad ¿Que había mugre? Si, como en todo mercado, es más: los ratones eran tan grandes que si te descuidas los corrían a los gatos, lo he visto con mis propios ojos”.
Los ojos de Héctor son rasgados, profundos, interpelan, pero se da a la charla como si la misma lo trasladara mágicamente en el tiempo, como si ese tiempo fuese una línea imaginaria en la que se puede retroceder, igual que en aquellos grabadores en que retrocedías el cassette, ir y venir en el tiempo. La vida es el cassette, el grabador el tiempo. “Pero afuera era otra cosa, era brava Avellaneda, desde siempre. Lo recuerdo a mi viejo con el facón y el 38 en la cintura, barrio de taitas como le decían.
Si me preguntas que era mejor ...y que se yo. Esto de hoy está hermoso, he llevado a mi nieto a la Undav y está impecable todo, adentro, afuera, en los alrededores ¿Sabes lo que es una Universidad para Avellaneda? Es increíble, quién te ha visto y quién te ve. Yo añoro esos días de mercado, porque son los de mi juventud, pero tener una Universidad acá para los pibes nuestros ...eso no tiene precio”.
Vidas paralelas
Los alrededores de la Undav guardan algo de ese ADN fabril y de guapos, se percibe en las fachadas de las fábricas, se refleja en la arquitectura de las casas, se advierte en esos adoquines de las calles aledañas, se distingue en el ambiente, cobra dimensión esa atmósfera del pasado, como vestigios que se resisten al paso del tiempo y a los cambios ¿Será que se puede de verdad ir y venir en el tiempo? Tal vez la clave sea observar, escuchar, agudizar los sentidos para encontrar esas huellas. Son como dos realidades encontradas, unas veces se encuentran y amigan, otras veces se encuentran y chocan, como la Argentina pero en un terreno acotado y de manera más intensa.
Colón y España
Para Mariano Benítez esta zona es terreno conocido, vivió el lugar como trabajador del viejo mercado y hoy lo vive como alumno de Periodismo de la Undav. Conoce lo que era el viejo edificio y lo vio transformarse en lo que es hoy. El es uno de esos eslabones en esta cadena que unen el lugar de trabajo con la casa de altos estudios, un eslabón que gráfica el cambio edilicio, barrial y también de vida, de historias de vida. “Tengo una historia de larga data con este lugar, es como mi segunda casa, estoy enamorado de estar en la universidad.
Mis días como laburante arrancaban a las dos de la mañana, a esa hora había camiones y algún que otro loco como yo. En esa época era un mundo de gente, por los pasillos venían las carretas tiradas por los changarines, cargadas de mercadería y había que correrse porque te pasaban por arriba. Te tenías que amoldar al ritmo del mercado, tenias que ser rápido, si no te avivabas perdías y perdía a su vez mi negocio, un lujo que no me podía dar porque si bien yo era chico ese negocio era el que me daba de comer”.
Mariano se refiere a las oscilaciones en los precios según la oferta y demanda del mercado, esas mismas leyes no escritas que mencionaba Hector pero como comprador en su caso. Lecciones de capitalismo intensivo. Su voz es áspera, como las voces de los vendedores que ofrecen su mercadería a los gritos en los mercados, pero también vivaz y serena. El es sin dudas un eslabón entre lo que supo ser y lo que es este espacio. “A veces pienso y no lo puedo creer: yo ahí adentro levantaba cajones y hoy estoy con un libro en la mano.
Tener una universidad en mi barrio, además en el lugar que esta era impensado, me cambió la vida; tiene una mística por haber sido el mercado y por lo que seguramente va a ser porque no solo forma estudiantes que salen a competir en sus profesiones sino que además va a dejar una huella. La universidad me dio la posibilidad de trabajar en radio, de hacer un libro. Gran parte de mi vida pasó por acá y seguirá pasando, no me voy a ir de acá a menos que me echen” .
Javier Mujica Ríos guarda una historia de largo recorrido con el edificio del viejo Mercado. A fines de los 80s y principio de los 90s iba con un fletero a comprar y cargar, ayudando al emprendimiento familiar para ganarse la vida: la verdulería. “Era un mundo aparte el mercado, además de la venta de fruta y verdura había venta de ropa, zapatillas, de todo.
En Colón y España había varios volquetes enormes con fruta y verdura vieja que tiraban, se llenaba de carreros que iban a buscar eso.” Javier no lo dice, pero describe con palabras justas la enorme crisis social y económica que se había iniciado en 1976 con el Proceso Militar y las políticas neoliberales que aplicó el ministro Martínez de Hoz, esa matriz de destrucción del empleo y la producción que arrastró millones de argentinos a la pobreza, la miseria y que se perpetuó y agudizó en tiempos de gobiernos democráticos. “Sobre Colón siempre había gente escabiando, fumando, la mayoría gente grande; los pibes que paraban cerca del mercado eran de las barras de Racing y del Rojo, cada dos por tres había piñas.
Era una zona que no transitaba nadie salvo los laburantes que viven en los alrededores. A la par había empezado a estudiar Comunicación en la UBA pero tuve que abandonar por cuestiones de laburo. En 2012 vi unos carteles de la Undav, averigüé y me anoté, a los 38 años. Tuve una charla, un curso de nivelación y en agosto de ese año ingresé a la carrera de Periodismo. Me recibí en diciembre de 2017 con 43 años. Yo hacía radio con unos amigos del barrio desde los 15 años y el recorrido por la Universidad me sirvió para afianzar algo que yo ya pensaba: la comunicación como un derecho en vez de como una mercancía. Eso lo pude profundizar en el trayecto como estudiante. En el camino apareció la veta por la docencia, probé como ayudante-alumno, me gustó y seguí.
La Universidad me dio un montón de herramientas, profesionales y humanas. Fue un desafío personal, yo sabía que a mi edad era difícil que me contrataran los grandes medios. Hoy doy talleres de radio y si bien el periodismo no es mi único ingreso ni el principal me preparo para dar clases. Cuando iba al secundario fantaseaba con ser Fabian Polosecki, ahí dije “yo quiero ser periodista”, después esos años 90s hicieron que fuera cadete, ayudante de camionero hasta que termine en el rubro gráfico. La Undav me dio la posibilidad a los casi 40 años, de cumplir aquel sueño de pibe, de otro modo habría sido imposible” Ese edificio sucio, ajado, profano devenido en una Universidad convirtió al barrio en un lugar transitable lleno de vida y juventud, pero tal vez la herejía y transformación más importante sea la que produjo en las vidas de aquellos para los que la Universidad no era un destino, porque como afirmó alguien por allí “nadie que nace pobre llega a la Universidad”.
Así es Avellaneda, tan cerca de Buenos Aires y a la vez tan lejos: allá en Buenos Aires el viejo mercado de Abasto se transformó en un moderno y pomposo shopping, acá en cambio se reconvirtió en una Universidad Pública, eso público tan cuestionado y denostado en estos días que corren. La Capital nacional del fútbol y la cuna del 17 de octubre. Una ciudad con una rica historia de cultura, esa cultura de los laburantes que se transforma conforme pasa el tiempo pero sin perder jamás su identidad y su esencia.